

Además de repasar la historia del secuestro en toda Latinoamérica, este libro incluye la biografía más completa publicada hasta el momento del argentino Juan Carlos Blumberg, padre del joven secuestrado y asesinado Axel Blumberg.
¿Por qué? Primero, porque el secuestro de Axel y la cruzada contra la inseguridad de su padre despertaron nuestro interés en el tema en 2004, cuando empezamos a investigar y a hacer entrevistas. Segundo, porque Juan Carlos Blumberg se contactó con muchas víctimas del secuestro y la violencia de otros países latinos, lo que nos permitió enlazar naturalmente con la situación particular de todas las naciones de América Latina. Tercero, porque el libro de Lucas Guagnini Blumberg. En el nombre del hijo, dedicado al “primer Blumberg”, tiene fecha de diciembre de 2004; y hasta julio de 2008 sucedieron muchas otras cosas importantes relacionadas con los Blumberg, con Argentina, con los secuestros y con la inseguridad.
Y cuarto, porque hay tanto para contar de él. Aunque se alejó del ojo público y su figura y logros estén devaluados en su país, en sólo dos años logró convocar cinco manifestaciones masivas en Buenos Aires, la última en la Plaza de Mayo. Reunió cinco millones y medio de firmas. Creó la Fundación Axel por la Vida de Nuestros Hijos. Viajó por América y Europa difundiendo las ideas sobre seguridad que aprendió a partir de la muerte de su hijo. Conoció a familiares de víctimas en Brasil, Chile, Paraguay, Bolivia, México y Estados Unidos.

Sus frecuentes arrebatos de dolor y su discurso frontal hicieron que muchos confiaran más en él que en la policía. Se ganó incondicionales y enemigos acérrimos. El mismo gobierno que primero le trataba con deferencia se encarnizó con él, hasta que dos episodios lo dejaron muy maltrecho: la cuestión de su inexistente título de ingeniero y el fracaso de su candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Llovió mucho entre la primera marcha al Congreso y la sentencia final del caso Axel. Su historia también refleja los miedos y fracasos de la Argentina reciente, y los problemas que enfrentan las víctimas de la inseguridad en toda Latinoamérica.
Para entrar más en detalle sobre el sorprendente periplo de Juan Carlos Blumberg, basta descargarse el libro. Y para conocer más sobre el secuestro y asesinato de Axel Blumberg, ahí van algunos fragmentos del mismo:
(…)
Mientras se dirige a casa de su novia para ir con ella a las multisalas del shopping Unicenter, Axel no imagina que está a punto de protagonizar el caso más famoso en la historia de su país, y uno de los más resonantes en América Latina.
El Renault Clio se detiene frente al chalet de los Garay. Cuando Axel se dispone a salir después de colocar el seguro al volante, tres hombres armados lo interceptan y le obligan a meterse en el portaequipajes de un Volkswagen Gol azul metalizado. Se lo llevan al barrio de La Reja (en la localidad de Moreno, al oeste de la ciudad de Buenos Aires), y le encierran en una modesta casilla con puerta de chapa. Mientras tanto, Steffi Garay llama a los padres de Axel extrañada por la tardanza. Cuando llega su hermano Martín, ve el auto con la traba del volante puesta y la puerta entornada, y se sorprende al encontrar a Steffi en la casa.
Los Blumberg se acercan al domicilio de los Garay. Nadie en el barrio ha visto a Axel, y deciden llamar a la Comisaría 2ª de San Isidro. Juan Carlos Blumberg recuerda: “Yo había sido asaltado cinco veces los dos últimos años, y nunca pensé en un secuestro ni que a uno lo maten. Axel tenía instrucciones precisas: le robaban y tenía que dar todo. Las cosas se consiguen de nuevo, la vida no. Cuando apareció el auto vacío frente a la casa de Steffi, me dijeron: ‘Seguramente es un secuestro, lo van a llamar’”.
Después de que un agente se traslade al lugar, los padres de Steffi y Martín van a declarar a la comisaría, mientras Juan Carlos Blumberg regresa a su casa, donde dos policías les recomiendan dialogar con los secuestradores y no aceptar de inmediato el precio que le pidan cuando llamen. Esa misma noche su esposa, María Elena, se presenta en la Dirección de Investigaciones (DDI) de San Isidro, donde le recomiendan no avisar a nadie del secuestro. Pronto se pone sobre aviso a la Fiscalía Antisecuestros (que se ocupa de todos los casos en la zona norte del conurbano), a la Secretaría de Inteligencia del Estado (que interviene los teléfonos de ambas familias), a la cúpula de la Policía Bonaerense (PBA) y a la Policía Federal.
A la mañana siguiente Blumberg habla en el chalet de la calle Estrada con el abogado Claudio Fogar, enterado del caso por el hermano de María Elena Usonis, y cuya hija va al mismo colegio que los suyos. Aparte del hermano de María Elena, los Blumberg sólo cuentan el hecho a la psicóloga de ésta y a un matrimonio vecino: Alba Melo y Hans Weihl, los padres de Sebastián Weihl, ex compañero de escuela de Axel y uno de sus mejores amigos. Poco después de ver al abogado, pasadas las ocho y media reciben dos llamadas de los secuestradores, realizadas desde sendos locutorios públicos en la localidad de Del Viso. Como en todas las comunicaciones siguientes, el interlocutor será Juan Carlos Blumberg.
La primera la realiza El Negro Díaz. Pregunta por María Elena, ya que Axel les había dicho que era huérfano de padre, y cuando su marido le responde que ella no está en casa, Díaz se descoloca. Dice que volverá a llamar el viernes, se identifica como “un amigo” y cuelga. Enojado, El Oso Peralta le dice al hermano del Negro que esta vez hable él. Blumberg responde de nuevo y se identifica como el marido de María Elena. Carlos, el menor de los Díaz, le exige “cincuenta lucas” para liberar a Axel sin que intervenga “la gorra”, avisa a Blumberg que volverán a llamar en cinco días y cuelga sin preguntar cuánto dinero tienen, lo que también irrita al Negro.
Por el estilo de las llamadas los investigadores deducen —con razón— que el secuestro lo ha hecho al azar un grupo de no profesionales. Se trata de Martín El Oso Peralta, José El Negro Díaz (de 23 años, al igual que el primero), su hermano Carlos y otro menor de edad como él, todos con historial delictivo. Los hermanos Díaz viven desde diciembre de 2003 en el conjunto de tres casitas donde tienen cautivo a Axel, junto con sus parejas y los cuatro hijos del Negro Díaz. Se las han alquilado a Elena La Turca Barroca, una mujer de mala reputación en el barrio. Los nuevos inquilinos suelen pasearse por las calles sin pavimentar de La Reja con los vehículos caros que roban, vistiendo zapatillas y ropa de marca.
Pronto se suma al grupo otro conocido menor de edad, encargado de vigilar y dar de comer al cautivo. Atado de pies y manos y con los ojos vendados, Axel primero les dice a sus captores que su familia no tiene mucho dinero y que su padre murió hace tiempo. Éstos, a su vez, le interrogan a golpes mientras le encañonan en la nuca con el revólver descargado. El viernes 19, la banda roba un Fiat Uno en Moreno con el que la madrugada del sábado secuestra por tres horas a Víctor Mondino, justo cuando sacaba su camioneta Peugeot Partner del garaje de su casa en Los Polvorines. Lo liberan después de cobrar el rescate, y venden la camioneta tras quedarse con el equipo de música. Al día siguiente, el sábado 20, compran dos teléfonos móviles en Moreno con los que harán varias llamadas al Judío Sagorsky, especialista en desarmar vehículos robados.
Mientras Juan Carlos se queda al lado del teléfono, María Elena, la psicóloga y Liliana Lemme (la madre de Steffi y Martín Garay) se entrevistan el viernes 19 con Jorge Sica, el jefe de la Fiscalía Antisecuestros. Éste se muestra favorable a intervenir durante la negociación, algo a lo que se oponen otros fiscales que sólo actúan después de que la víctima ha sido liberada. Por su parte, los servicios secretos siguen la pista falsa de Cristian Hígado Muñoz, autor de varios secuestros extorsivos. El sábado María Elena vuelve a la DDI de San Isidro y deja fotocopias de los 5.000 pesos en billetes que han reunido.
Por la noche, la familia recibe dos llamadas consecutivas del Oso Peralta en su casa de Martínez, realizadas con su móvil nuevo. En la primera un Juan Carlos Blumberg desesperado pide hablar con su hijo, y El Oso le responde: “¿Querés que te mande un par de dedos?”. Tampoco le bastan los 6.750 pesos que le ofrece, y se mantiene en los 50.000 de la primera llamada.
Después de colgar llama de nuevo y rebaja el precio hasta 30.000 pesos. El fiscal Sica ordena intervenir el número de teléfono móvil de Peralta. Sin embargo, no pedirá a la empresa de telefonía Movicom los datos del titular ni el listado de llamadas realizadas y recibidas hasta el martes 23 por la tarde: es decir, cuando Axel ya ha sido asesinado. El motivo, aducirán, es que la compañía no cursaba esos pedidos los fines de semana.
El miércoles 24 Sica recibe el listado: además de las llamadas a los Blumberg hay una que El Oso realizó al otro móvil que compró para verificar si ya le habían habilitado la línea. Desde ese otro teléfono Peralta hablará varias veces con El Judío Sagorsky entre el sábado 20 y el lunes 22, para ofrecerle varios de los autos robados durante los secuestros de Mondino y Guillermo Ortiz de Rozas. Por lo tanto, si se hubieran rastreado las escuchas telefónicas con más antelación, se habría podido establecer una conexión entre ambos números que podría haber resultado clave.
El domingo 21 la familia consigue 2.750 pesos y 2.100 dólares más, y María Elena repite el proceso de fotocopiarlos en la DDI. La banda aprovecha la noche del domingo para secuestrar en Martínez a Ortiz de Rozas, un gerente del emporio alimentario Arcor, cuando conduce su Volkswagen Passat blindado de vidrios polarizados. Después de llevarle a las mismas casillas de La Reja donde retienen a Axel, la madrugada del lunes El Oso Peralta llama a Blumberg, y le exige que para el mediodía consiga aunque sean dos mil pesos más de los 14.000 que ya tiene.
Inmediatamente después cierra el trato con los parientes de Ortiz de Rozas, que no han avisado a la policía. Esa misma madrugada citan a un familiar de éste en una estación de servicio Rhasa situada en el cruce de la Panamericana y la ruta 202: cobran 80.000 pesos por el rescate después de hacerle dar varias vueltas, además de quedarse con el vehículo. “Son gente desalmada, animales. Yo sé por Ortiz de Rozas cómo le giraban la pistola dentro de la boca, cómo jugaban a la ruleta rusa”, evoca Blumberg.
A las diez de la noche del lunes 22, cinco días después de que capturara a Axel, El Oso Peralta se comunica de nuevo con Blumberg —que lleva cinco días sin dormir— mientras conduce el Passat blindado junto a la banda que dirige. Éste le dice que ya reunió los dos mil pesos extra que le pidió, y Peralta le cita en la misma estación de servicio del conurbano donde cerraron el rescate de Ortiz de Rozas la noche anterior. Después vendrá el desencuentro entre Blumberg y aquéllos, la falta de coordinación entre policías y servicios de inteligencia, la persecución con tiroteo en plena autopista, el intento de fuga de Axel y su inmediata ejecución a manos de sus secuestradores, de la que su padre todavía se siente en parte responsable. “Hago un mea culpa y a veces me pregunto qué hice mal, o qué podría haber hecho mejor. Tenía un montón de gente en casa de la DDI de San Isidro diciéndome que no hablara con los medios, que negociara con los secuestradores. Uno no tiene experiencia y hace lo que le dicen”, recuerda. Al estupor y el desgarro de la noticia le sucederá la dramática promesa de Juan Carlos Blumberg frente a la tumba de su hijo, que empezará a cumplir de inmediato.
(…) Un año atrás, en la madrugada de aquel martes 23 de abril de 2004, Juan Carlos Blumberg tiene un motivo más para estar angustiado. Horas antes ha hablado por teléfono con Martín Diego El Oso Peralta, aunque entonces no conozca su nombre. Peralta le ha dicho que se dirija con su auto a una estación de servicio, en el cruce de las rutas Panamericana y 202. Debe ir solo, llevar consigo el dinero del rescate y esperar una llamada a su teléfono móvil.
Tanto la Dirección de Investigaciones (DDI) de la Policía Bonaerense como la Secretaría de Inteligencia del Estado están sobre aviso, y envían sendos operativos al lugar de cita. Blumberg pone el dinero en una bolsa y sube al Renault Clio verde de su esposa, el mismo del que iba a bajarse su hijo cuando fue secuestrado. Su amigo y vecino alemán Hans Weihl le ha ayudado a desconectar una de las luces de posición, para que los agentes puedan identificarle. Antes de partir habla telefónicamente por primera vez en su vida con Jorge Sica, el responsable de la Fiscalía Antisecuestros que cubre la zona norte del extrarradio bonaerense. Le pide que no se arriesgue en vano la vida de su hijo Axel, cuya causa tiene el expediente número 100.
El viaje desde su casa en Martínez dura un cuarto de hora. Juan Carlos Blumberg debe estacionar el vehículo en una estación de servicio de la cadena Rhasa, pero por los nervios lo hace en una de la cadena YPF que queda justo enfrente. Se inquieta al ver dos patrulleros con las luces encendidas del otro lado de la Panamericana, y a un policía con un perro. Ignora que por lo menos seis autos dan vueltas de incógnito alrededor de ambas estaciones, ocupadas por agentes de Inteligencia.
El Oso Peralta llega al lugar con un Volkswagen Passat blindado de vidrios polarizados. Le acompañan su socio José Gerónimo El Negro Díaz y dos menores de edad: Carlos Saúl Díaz (alias Carlitos), hermano de José, y Sergio Damián Miño. El auto es de Guillermo Ortiz de Rozas, gerente del gigante alimentario Arcor a quien la banda secuestró el domingo 21. Al día siguiente cobraron 82.000 pesos (unos 27.000 dólares) por su rescate, eligiendo esa misma estación Rhasa como lugar de cita para el pago. El Passat, sin embargo, se lo quedaron.
Mientras rodea la zona para evitar ser interceptado, El Oso llama repetidamente a Blumberg desde el vehículo, pero el número que tiene es incorrecto. Prueba varias veces en el teléfono del hogar de los Blumberg, pero los policías dicen a los allí presentes que nadie responda.
Peralta decide alejarse de la estación. El Passat acelera por la Panamericana a más de 200 kilómetros por hora, seguido sin darse cuenta por un Mégane blanco de la Secretaría de Inteligencia. Después de un peaje, el Mégane y un Chrysler Neón azul de la Policía Bonaerense lo encierran y le hacen señales para que se detenga. En escasos diez segundos hay un intercambio de disparos, pero el blindaje del Passat lo hace inmune: además los agentes sólo cuentan con un arma que puede perforarlo, propiedad del jefe del operativo policial. Al volante del Passat, Peralta y sus secuaces embisten al Mégane y lo hacen volcar violentamente. La persecución y el tiroteo de película continúan a toda velocidad, hasta que Peralta da media vuelta y escapa con las luces apagadas en dirección a capital.
Blumberg espera en vano una hora en la estación de servicio hasta que regresa a su casa. Por su parte, El Oso Peralta y compañía hacen un último intento de localizarle por el teléfono móvil, y luego van a buscar un Fiat Uno que tienen aparcado en Villa de Mayo. Se reparten entre ambos vehículos, compran gasolina y se dirigen a un descampado en la localidad de Los Polvorines, donde vierten el combustible sobre el Passat y le prenden fuego. De regreso a Santa Paula, el barrio de Moreno donde mantienen cautivo a Axel Blumberg, el grupo decide evitar riesgos y liberarlo. Completa la banda otro menor, Mauro Abraham Maidana, presente tanto en el secuestro de Axel como en su cautiverio. También están al corriente las respectivas parejas del Oso Peralta y los hermanos José y Carlos Díaz: Analía Flores, Andrea Verónica Mercado (que vive en esas casillas y se encargó de cuidar de Axel) y la menor Vanesa Andrea Maldonado, alias La Colo, que cumplió las mismas funciones que Mercado.
Hacia la una y media de la mañana le hacen saber a Axel que será liberado, y lo meten en el portaequipajes del Fiat Uno. Le han desatado los pies, pero sigue con los ojos vendados y las manos atadas por delante. Sus captores entran en la casilla donde le retienen para fumarse unos porros, y Axel, convencido de que van a matarle, decide huir. Corre la venda de su cara, sale del maletero del auto y empieza a correr sin rumbo.
Salta un alambrado y supera otro que da a un terreno vrcino, lastimándose las manos. Da voces pidiendo auxilio y golpea las ventanas de las casas vecinas, mientras El Negro Díaz va tras él y yerra dos tiros. Sesenta metros y cuatro propiedades con vallas y alambrados más tarde, lo interceptan en la esquina de las calles Canadá y Einstein. Sus secuestradores le propinan patadas y golpes en el rostro antes de darle dos culatazos en la cabeza. El Oso Peralta, que había salido a perseguirle con el auto, regresa a las casillas. Un solo vecino sale en calzoncillos a la calle ante los gritos. Alcanza a ver a Axel a unos treinta metros, hasta que le amenazan y regresa a su casa. Otro vecino realiza una denuncia telefónica anónima a la comisaría de Villa Trujuy, a quince manzanas del lugar, pero ningún patrullero se acerca.
Furiosos, El Oso y los hermanos Díaz vuelven a subir a su presa al Fiat Uno y conducen unos quince minutos hasta otro descampado. Axel, que por primera vez ha visto sus caras, intenta convencerles de que le dejen vivir, diciéndoles que un pariente puede pagarles mucho dinero por su rescate. Su dinero ya no les interesa. Es llevado a empujones por El Negro Díaz hasta un descampado. Según declararán sus acompañantes, pasadas las dos de la madrugada éste obliga a Axel a apoyar la cabeza contra el suelo, y le descerraja una bala de calibre 38 en la sien.
Son las once y cuarto de la mañana del martes cuando Cecilia Melián, un ama de casa de La Reja, es advertida por un cartonero de que hay un hombre tirado en el terreno baldío de la esquina. Cuando la vecina ve el cuerpo llama a la policía de Moreno. Un patrullero acude y encuentra a Axel recostado sobre su lado izquierdo, descalzo y con las piernas flexionadas. Tiene la cabeza cubierta con una tela, sangre en la cabeza, nariz, manos y ropa, además de moretones en el rostro y heridas en el cuero cabelludo. En el bolsillo trasero de su pantalón están las tarjetas que le habían devuelto sus secuestradores cuando decidieron soltarlo. Es la una y media de la tarde.
Aquel mediodía Juan Carlos Blumberg y su esposa, María Elena Usonis, esperan noticias en vano después del frustrado intento de pago. Les acompañan la esposa de Hans Weihl, Alba Melo, y un oficial de la policía. Hacia las cuatro y media de la tarde se presentan en casa de los Blumberg dos psicólogos de la Policía Bonaerense. Enviados por la DDI de San Isidro, el partido bonaerense al cual pertenece la localidad de Martínez, dicen que vinieron para acompañar a la familia. Aparentemente ignoran el asesinato de Axel. Hacen preguntas al matrimonio durante más de media hora, hasta que llaman a la puerta. Son los fiscales Jorge Sica y Pablo Quiroga junto al comisario Ustarroz, jefe de la DDI. Les dan la noticia en la entrada.
Al rato llega al chalet Carlos Usonis, hermano de María Elena y padrino de Axel, con su hija de seis años. Poco después, en medio de las crisis de llanto y la lluvia de preguntas que los fiscales y el comisario no saben responder, aparece una pareja del Centro de Asistencia a la Víctima, enviados por el gobernador provincial Felipe Solá. Saturados de visitas, dolidos y furiosos, los Blumberg terminan echando a todos. Desde entonces, el padre de Axel está convencido de que los psicólogos ya sabían la noticia de antemano.
Esa misma tarde, Juan Carlos Blumberg es entrevistado por primera vez en su vida como familiar de una víctima de la inseguridad. Después se traslada a la morgue del Hospital López y Planes, en la localidad de General Rodríguez. En cuanto ve el cuerpo de Axel dentro de una bolsa, su esposa María Elena se descompone y la llevan afuera. Blumberg, en cambio, pide que lo destapen y lo mira fijamente, con especial atención a las uñas que le faltan en ambas manos. De vuelta a la casa, está consternado. Por la noche, el matrimonio recibe visitas de todos sus amigos y familiares, que se han ido enterando por teléfono, internet, radio o televisión.
Los amigos de Axel se dividen entre la casa de los Blumberg y la de Steffi Garay, su novia y hermana de su amigo Martín. Allí se reúne una treintena de compañeros de la Goethe Schule y el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), donde Axel cursaba ingeniería. Mientras tanto, en el chalet de Martínez, Blumberg firma el contrato de entrega de una parcela en el cementerio privado Jardín de Paz, en Pilar. Hacia las tres de la madrugada del miércoles 24 regresa al hospital para que le entreguen el cuerpo de su hijo.
Todos amanecen ese miércoles en el velatorio. En una sala del primer piso, Axel yace limpio y afeitado, con moretones y raspaduras en el rostro y una venda que le cubre la cabeza. A media mañana se suman muchas personas ajenas a la familia que supieron del crimen por los medios. Una de ellas es la diputada provincial Mirta Pérez, cuyo hijo también murió víctima de la violencia en 1997. Poco después se convertirá en una aliada del padre de Axel en el Congreso, y llegará a decir que fue “la primera Blumberg” en la presentación de un libro sobre su historia personal. En la misma casa se vela a la empresaria Hilda Andrade, de 41 años, asesinada la noche del lunes en su fábrica de Parque Patricios.
Juan Carlos Blumberg recibe el pésame de unos y otros acompañado por su ahijada, Patricia Stella, que además es la madrina de Axel. En un momento, Blumberg le dice a Silvia Emma Cossa —amiga de años y pediatra de su hijo— una frase muy significativa para entender lo que vendrá después: “Hasta hoy yo sólo era un individuo; a partir de ahora dejé de serlo para ser un ciudadano”. María Elena Usonis, en cambio, parece estar ausente de todo. Lo único que ha acertado a decir en las últimas horas es que “con la vida de mi hijo también se fue la mía”. Hacia las dos de la tarde termina el velorio y se inicia el cortejo fúnebre. Hace una parada en el chalet de los Blumberg en Martínez, otra en la Goethe Schule de La Horqueta y finaliza su recorrido en el sector 32, manzana 10, parcela 1 del Jardín de Paz.
“Hijo, hice todo lo que pude, perdoname por no haberte podido proteger”. Un Juan Carlos Blumberg destruido por siete noches de vigilia y angustia pronuncia estas palabras ante la fosa abierta donde descansa el féretro de Axel. Entre el llanto de sus seres queridos, Blumberg saca fuerzas para jurarle que no va a parar “hasta que en la Argentina dejen de matar a nuestros hijos”. Una promesa que será el motor de su quebrantada existencia a partir de entonces, aunque ni él mismo imagine entonces hasta dónde llegará para cumplirla.
A la salida del Jardín de Paz, un sinfín de cámaras y micrófonos le aguarda. Casi sostenido en andas, lívido, avejentado y con barba de varios días, hace un anuncio ante los periodistas: “Voy a hacer una cruzada”.
Aprovecha para arremeter contra las fuerzas de seguridad por la poca profesionalidad demostrada en el secuestro. Aunque todavía no sabe nada del intento de fuga de Axel, sospecha que su muerte tuvo que ver con el intento de pago del rescate: por otro lado, la prensa ya habla del tiroteo de la noche anterior en la Panamericana. Al igual que repetirá a cuantos se le acerquen en su casa o en el velatorio, Blumberg declara a la prensa que a su hijo lo habían torturado arrancándole las uñas.