Si existen secuestros bisagra que marcan la historia de este delito en un país, para los salvadoreños probablemente lo sea el del niño de ocho años Gerardo Villeda Kattán (que en el libro apareció como Villena por un error tipográfico). Noventa minutos bastaron para terminar con su vida, la de dos de sus captores y dos policías en un sangriento tiroteo.
A las 6:30 de la mañana del 21 de junio de 2001, Miguel Ángel Villeda se disponía a llevar a sus hijos al colegio. Abrió el portón de su casa en la calle Motocross, y cuando empezaba a sacar su vehículo un hombre con pasamontañas le apuntó en la cabeza con una pistola. En un minuto le quitó las llaves, el reloj, el teléfono y una pulsera, y le exigió que le diese una pistola que él solía llevar encima. Luego se fue, y Miguel Ángel entró en la casa a buscar un duplicado de las llaves del coche y sacar un arma.
Junto al mayor y el menor de sus hijos subió al auto de nuevo y recorrió el barrio de Colonia Miralvalle, hasta que llamó a su hermano y le pidió que hiciera la denuncia del robo. Al volver a la casa, la sirvienta le dijo que dos hombres se habían llevado a su hijo Gerardo mientras el otro robaba al padre. Como éste nunca vio a Gerardo entrar ni salir del patio durante el asalto a su coche, creyó que seguía dentro de la casa. No era así.
Los secuestradores sabían que Miguel Ángel Villeda iba armado gracias a un mecánico de confianza que les informó de los movimientos de la familia. Sin embargo, a las cuatro de la mañana una llamada anónima al 911 había alertado a la policía que habría un inminente secuestro en la zona. Incluso dio la matrícula del Honda Civic blanco que usarían los captores y la dirección del lugar de cautiverio, en Mejicanos.
A las seis de la mañana la policía identificó al Honda y empezó a seguirlo, pero lo perdió poco antes de llegar a la calle Motocross. Después del secuestro el coche ingresó en una casa rodeada con láminas de chapa en la colonia Las Delicias, de nuevo en Mejicanos, donde dejaron a Gerardo. Poco después el auto partió de nuevo junto con una moto, hasta que el Civic fue abandonado a ocho manzanas de allí. Los dos hombres que conducían sendos vehículos fueron detenidos cuando regresaban a la casa, que quedó cercada por decenas de agentes.
Durente el operativo Gerardo fue ejecutado de un balazo en la cabeza por el jefe de la banda (Eduardo Henríquez alias Gigio, responsable de varios secuestros), según informó la policía inicialmente; aunque más tarde se habló de varios autores. El niño también tenía un disparo en el tórax y cinco más en un brazo. Hubo un largo intercambio de tiros entre los agentes y los secuestradores, que se saldó con dos muertes en cada bando.
Henríquez, bañado en sangre, y seis cómplices más (entre ellos una mujer) fueron detenidos. Gigio no vivió mucho más: el 26 fue trasladado al penal de Gotera, donde fue asesinado al día siguiente por sus compañeros de celda.
Se habló de ejecución policial y de ajuste de cuentas entre reclusos, ya que Henríquez se habría quedado con el rescate de un secuestro anterior. Hubo críticas al procedimiento policial y pedidos de pena de muerte. El resto de secuestradores fue condenado a penas de hasta 125 años de cárcel. El último en recibir sentencia, Luis Mario Ángel Cerón, fue señalado como el asesino de Gerardo y de los dos policías.
Su muerte fue el colofón a tres años en que los secuestradores tomaron el relevo a los escuadrones de la muerte de las décadas de 1960 y 1970. Después del asesinato de Gerardo, en El Salvador se endurecieron las penas y empezó a descender el número de secuestros.