Entre Venezuela y el norte de Brasil, bañados por el océano Atlántico, hay dos pequeños países no hispanohablantes y una colonia francófona de los que el mundo no habla mucho: Guyana, Surinam y la Guayana francesa. El primero se ha ganado un espacio en este libro por varios motivos. Algo pasa en un país que, según el Departamento de Estado norteamericano, triplica los índices de delito estadounidenses. Que vivió dos baños de sangre indiscriminados a inicios de 2008 como venganza por un presunto secuestro. Y donde pocos años atrás raptaron nada menos que al jefe de seguridad de la embajada estadounidense, o a un hombre de negocios que apareció decapitado.
Guyana saltó a los titulares internacionales en enero de 2008, con dos matanzas consecutivas en sendos poblados. En Lusignan, a quince kilómetros de la capital Georgetown, murieron once personas (cinco niños entre ellos) a manos de pistoleros que abrieron las puertas de las casas y dispararon sin más; en Bartica los cadáveres fueron trece, incluidos tres policías. Detrás de ambos episodios estaría el ex soldado Rondell Fineman Rawlins, buscado por el asesinato de un ministro de Agricultura en diciembre de 2006. Una semana antes de las masacres, el 18 de enero, su novia, Tenisha Morgan, desapareció cuando iba de camino al hospital para tener al hijo de ambos. Convencido de que varios oficiales la habían secuestrado, Rawlins prometió un baño de sangre si la joven no aparecía. La policía la buscó: ella se habría contactado con su madre, aunque hay dudas sobre la veracidad del testimonio de ésta.
Lo de Steve Lesniak, el jefe de seguridad de la embajada de Estados Unidos para Guyana y Surinam, fue mucho más ligero. En abril de 2003 se dirigía a un curso de golf en el Lusignan Golf Club cuando fue retenido por varias horas, hasta que se pagó un rescate. Ese año se produjeron 18 secuestros; el año anterior, el índice de asesinatos en Guyana se había cuadruplicado.
El combativo blog político local Propaganda Press pormenoriza los principales casos de secuestro de esta década en el país. En octubre de 2002, el cuerpo sin cabeza del empresario de Strathspey Kalamadeen Ganesh fue hallado a la vera de una carretera en Buxton. Había sido secuestrado una semana antes cerca de Bladen Hall, y pidieron medio millón de dólares por su vida. Un año después, en la parte trasera de un jardín botánico en Demerara hallaron un esqueleto: resultó ser de Adrian Etienna, residente de Sophia que fue víctima de un rapto el mes anterior. En abril del mismo 2003, el joven de 16 años Roy Bell era asesinado pese al pago del rescate. Doce meses después, dos hombres armados se llevaron al iraní Mohamed Ibrahimi cuando salía de un colegio islámico: apareció muerto. Ya en mayo de 2007, Michael Sukul fue asesinado en Demerara porque no pagaron el rescate que exigían por su vida. Diciembre trajo el secuestro de Salías Dataram y su hija de tres años, abducidas en su casa de Demerara y rescatadas por la policía.
La Guayana francesa, única colonia extranjera que queda en Sudamérica además de las islas Malvinas, sólo se asoció últimamente a la palabra “secuestro” a inicios de 2008, cuando un avión enviado por el gobierno francés repostó allí con la esperanza de asistir a Ingrid Betancourt en territorio colombiano. No tuvo éxito: sin embargo, su vecino Surinam tiene algo más para contar sobre el tema.
Desde que obtuvo su independencia en 1975, Surinam estuvo marcada por el accionar guerrillero (los populares maroons) y los abusos a grupos aborígenes. Algunas noticias sueltas del siglo pasado: varios secuestros perpetrados por los Tukayanas, incluido un ministro. Varias denuncias de rapto ante Naciones Unidas hacia 1986, cuando la etnia Lokono fue atacada en varios pueblos del centro del país y de la frontera con la Guayana francesa. O los indígenas de Saramace raptados por las fuerzas de seguridad y obligados a cavar sus propias tumbas, en medio de una pugna con el ejército.
Uno de los casos más controvertidos de los últimos años lo protagonizó el acaudalado guyanés Shaheed Roger Khan, secuestrado por agentes norteamericanos en Trinidad y Tobago. Vivió en Estados Unidos, donde fue acusado por drogas; en la década de 1990 regresó a Guyana, donde hizo una gran fortuna en poco tiempo. Tras otro arresto por posesión de armas en 2002, la policía de Surinam volvió a detenerlo en 2006.