Casi nadie reparó en ellos el pasado julio, durante la operación de rescate más televisada del siglo en la selva colombiana. El teleobjetivo del mundo seguía pegado a Ingrid Betancourt y a sus paisanos, mientras estos tres estadounidenses volaban hacia Estados Unidos sin hacer declaraciones.
Y eso que habían masticado durante años las mismas miserias que sus compañeros colombianos de cautiverio. Además, su presencia entre los rehenes de las FARC movilizó los enormes recursos de inteligencia norteamericanos para conseguir su liberación.
Si Ingrid Betancourt ha sido el símbolo mundial de los secuestrados durante esta década, Marc Gonsalves, Thomas Howes y Keith Stansell fueron los invitados de piedra a la fiesta de su rescate en julio de 2008. Bueno, por fin rompieron el silencio, y hoy el mundo enmudeció ante sus revelaciones sobre su experiencia, recogidas en un libro.
La que queda peor parada es la propia Betancourt, como reflejan los titulares. La pintan como insensible, egoísta, mandona y poco solidaria durante su calvario. Tampoco se salvan varios de sus compañeros, ni por supuesto los propios guerrilleros de las FARC. Raciones de comida escamoteadas, captores que drogan al bebé Emmanuel Rojas para que no llore, rencores y hasta propuestas de sexo revolotean por las páginas de la obra.
¿Pero no era Ingrid la Juana de Arco colombiana, y los rehenes los mártires inocentes de la era digital? ¿Será que a partir de ahora debemos verla como una vil manipuladora de su tragedia, que ayer fingía contricción ante las cámaras mientras hoy se baña en bikini en Miami?
Alto ahí. ¿No será más bien que entre todos nos hemos creado un personaje a medida (el Rehén Desvalido entre Carceleros Inmundos) para nuestra compasión televisada (se llame Ingrid Betancourt, Luis Eladio Pérez, Clara Rojas o como sea)?
Tal vez el problema no sean ellos (al fin y al cabo, seres humanos sometidos a una vida de porquería durante años), sino nosotros. En medio del tsunami de comentarios maliciosos que la noticia levantará, haríamos bien en preguntarnos cómo reaccionaríamos en semejante situación. Y si todo este tiempo no preferimos crearnos Nuestra Ingrid antes que la ambiciosa política y autora de La rabia en el corazón.
Y no se trata de defender o atacar a nadie. Cada uno de los rehenes sabrá lo que vio y lo que vivió, lo que cuenta y lo que calla. Hay experiencias que sacan lo mejor y lo peor de una persona. Pero este post no se dirige tanto a ellos como a nosotros mismos, empeñados en creernos nuestros propios simulacros de verdades sin rascar un poquito la superficie.
Tampoco estuvo mal convertir a Ingrid en un icono, si eso ayudó a liberarla. Y no pocos ganaron crédito con ello: Uribe, Chávez, Sarkozy, los Kirchner. Pero ahora no nos regodeemos en embarrar una imagen inmaculada que nos erigimos solitos. Entre los altares y las cloacas se está a ras de suelo, donde las cosas se ven como son. Y mientras discutimos, en el mundo real siguen las tomas de rehenes y secuestros desde Venezuela hasta Pakistán.
Lo que sigue son fragmentos del libro El secuestro en Latinoamérica referidos al secuestro, cautiverio y liberación de Ingrid Betancourt.
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Si países como este no engendrasen de vez en cuando arquetipos que resumen toda su selvática complejidad, habría que inventarlos. A ver, pregunten a cualquiera: ¿Colombia? Narcotráfico. Guerrilla. Secuestros. ¿Colombianos? Shakira. Juanes. Gabriel García Márquez. Si se quiere, Betty la Fea y hasta Juan Valdés, que sólo existen en una telenovela, en un anuncio de café y en una película de Jim Carrey. Y gracias a los 2.321 días que pasó secuestrada, Ingrid Betancourt.
La Ingrid más famosa de América. La candidata presidencial raptada en plena campaña. La rehén más amada y reclamada por Francia, su segunda patria, y por el mundo. La misma por quien los civiles de varios continentes movieron cielo y tierra, y a quien los jefes de Estado ya tuteaban mientras estaba cautiva. A partir del 2 de julio de 2008, la mayor esperanza de paz para un país estragado por un conflicto terco e interminable.
En resumen, Ingrid es la Víctima con mayúsculas —y con final feliz— de Colombia. No es que no hubiera donde elegir en el victimario. Seis décadas de guerra civil. Casi cuatro millones de desplazados, un millón durante el último lustro. Hasta 30.000 cadáveres hallados en fosas comunes producto de masacres. Y 24.000 enterrados vivos por el secuestro en la última década, según el diario El Tiempo de Bogotá. Pero Colombia y el mundo eligieron a esta candidata presidencial colombianofrancesa, cuyo calvario la convirtió en el símbolo mundial de la lucha contra el secuestro mucho antes de su cinematográfica liberación.
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Así que antes de hablar del secuestro en Colombia en general, hay que hablar de El Secuestro Colombiano con Mayúsculas: el que empezó un 23 de febrero de 2002 (tres días después de que el entonces presidente Andrés Pastrana diera por terminados sin grandes avances cuatro años de negociaciones con las FARC) y finalizó un eufórico 2 de julio de 2008.
Por si a estas alturas todavía queda alguien que desconozca quién es Ingrid Betancourt, ahí va un breve resumen. Su padre fue ministro de Educación; su madre, Yolanda Pulecio, reina de belleza y camarista por Bogotá. Ingrid estudió ciencias políticas en París mientras su padre ejercía allí como embajador de la UNESCO. En la capital francesa se casó con el diplomático Fabrice Delloye en 1981, con quien tuvo dos hijos: Melanie y Lorenzo. Regresó a Colombia en 1989, divorciándose el año siguiente y uniéndose al Partido Liberal. Fue asesora de los ministerios de Hacienda y Comercio Exterior durante el gobierno de César Gaviria, y en 1994 se presentó a la Cámara de Representantes. Tras ser amenazada por denunciar la corrupción y los vínculos entre política y narcotráfico (lo hace en su exitoso libro La rabia en el corazón), en 1998 creó el Partido Verde Oxígeno, que el año siguiente ganó la alcaldía del municipio sureño de San Vicente del Caguán, en Caquetá. Casada de nuevo en 1997 con el publicista Juan Carlos Lecompte, en 2002 Ingrid Betancourt se presentó junto a Clara Rojas a las elecciones presidenciales que ganó el tándem Uribe-Santos Calderón, e incluso asistió a una reunión entre altos mandos de las FARC y varios candidatos.
Aunque las encuestas les daban un porcentaje ínfimo de votos, el 23 de febrero de 2002 Ingrid y Clara seguían en plena campaña, recorriendo el trayecto entre las localidades de Florencia y San Vicente del Cagúan. Aquella mañana un control militar les advirtió de la presencia de la guerrilla en la zona, e incluso le hicieron firmar a Betancourt un documento en que se hacía responsable de cuanto le sucediera a ella y a sus acompañantes si seguía adelante. A los pocos kilómetros, las FARC las raptaron. Clara Rojas se negó a separarse de Ingrid cuando pensaron en liberarla, y ambas iniciaron su nueva vida de rehenes.
Lo de vida es un decir. Casi seis años después, la noche del 29 al 30 de noviembre de 2007, el mundo contemplará a Ingrid y a otros rehenes en un vídeo grabado por las FARC en la selva. Ahí se ve a varios secuestrados con años de cautiverio, como Luis Eladio Pérez o los estadounidenses Thomas Howes, Marc Gonsalves y Keith Stansell. Pero todas las miradas se fijan en la corajosa Ingrid. Está hecha estragos, cabizbaja, harapienta, muda. Nada que ver con la entereza que mostraba la última vez que la filmaron cautiva junto a Clara Rojas, allá por julio de 2002. El vídeo es de fines de octubre, y estaba en poder de varios guerrilleros detenidos.
También llevaban consigo siete cartas de varios rehenes. En una de ellas, con fecha del 24 de octubre, Ingrid Betancourt se dirige a su madre así:
“Aquí vivimos muertos. (…) Este es un momento muy duro para mí. Piden pruebas de supervivencia a quemarropa y aquí estoy escribiéndote mi alma tendida sobre este papel. Estoy mal físicamente. No he vuelto a comer, el apetito se me bloqueó, el pelo se me cae en grandes cantidades. (…) No tengo ganas de nada. Creo que eso es lo único que está bien, no tengo ganas de nada porque aquí en esta selva la única respuesta a todo es ‘No’. Es mejor, entonces, no querer nada para quedar libre al menos de deseos. (…) La vida aquí no es vida, es un desperdicio lúgubre de tiempo”.
En la larga misiva, Ingrid relata cómo vive en una hamaca con dos palos, un mosquitero y una carpa que hace las veces de techo. Tiene una vieja radio semiestropeada con la que escucha los mensajes de sus seres queridos, lo único que la mantiene viva. Su única lectura es una Biblia: hace tres años que los guerrilleros se niegan sistemáticamente a acercarle siquiera un diccionario para mantener viva la curiosidad intelectual.
Obligada a cambiar constantemente de escondrijo, Betancourt también fue privada de todo recuerdo de sus familiares: ni fotos, ni dibujos, ni cartas, ni siquiera escapularios.
Ya no siente ganas de bañarse en el río, una de sus distracciones preferidas, a pesar de que solía hacerlo totalmente vestida por ser la única mujer del grupo. El estrés le provoca dolores en el cuello, y a menudo decide hablar lo menos posible y apartarse para evitar problemas.
También relata que “Todos los días estoy en comunicación con Dios, Jesús y la Virgen”. Recuerda los aniversarios de sus hijos haciéndoles una torta de cumpleaños con lo que tiene a mano, que casi siempre son galletas y frijoles. Reconoce que la muerte de su padre al inicio del cautiverio le afectó mucho, y dedica largos y emocionados párrafos a sus hijos, al padre de éstos y a su hermana.
Termina agradeciendo su apoyo constante a varios políticos y religiosos colombianos y a los presidentes Nicolas Sarkozy de Francia y Hugo Chávez de Venezuela. Y concluye: “Durante muchos años he pensado que mientras esté viva, mientras siga respirando, tengo que seguir albergando la esperanza. Ya no tengo las mismas fuerzas, ya me cuesta mucho trabajo seguir creyendo, pero quería que sientan que lo que han hecho por nosotros marca la diferencia. Nos hemos sentido seres humanos. (…) Bueno, mamita, Dios nos ayude, nos guíe, nos dé paciencia y nos cubra. Por siempre y para siempre”.
Demasiado para esta compañera de escuela del ex primer ministro francés Dominique de Villepin, a quien los galos se refieren como la Juana de Arco colombiana. Ingrid —ya ni los presidentes usan su apellido al mencionarla— ha protagonizado desde su cautiverio una cantidad inaudita de manifestaciones, actos simbólicos, conflictos diplomáticas, mensajes televisados, empachos mediáticos, misiones humanitarias transoceánicas y manipulaciones interesadas de su drama personal a lo largo y ancho del globo, muy especialmente en Francia. Y por una vez, no es una frase hecha.
Detallar un lustro de Ingrid-manía se merece otro libro —de hecho, la carta a su madre ya fue encuadernada—, pero ahí van algunas migas. Ingrid propuesta como candidata a Premio Nobel de la Paz, mucho antes de que la presidenta chilena Michelle Bachelet se mostrara favorable a ello días después de su liberación. Recogida de firmas y marchas multitudinarias desde Nantes hasta Alaska: algunas de ellas encabezadas por jefes de Estado, como hizo la argentina Cristina Fernández de Kirchner en París a inicios de 2008.
Banderas con su foto en altas cumbres de Bélgica, Noruega o Panamá; la última en el Montblanc, un día antes de su liberación. Foto-vallas de tamaño natural ideadas por su marido Juan Carlos Lecompte en calles de París, Bruselas y Madrid. ¿Y en Francia, sede de la Federación Internacional de los Comités Ingrid Betancourt? De todo. Desde la lectura colectiva de la susodicha carta en todos los teatros parisinos hasta flores arrojadas al Sena y cuanto cartel, calendario, cadena humana, gigantografía troquelada, programa televisivo y página web se les ocurra.
La familia, por supuesto, fue desde el principio la que más hizo por su liberación, si bien hubo discrepancias entre los dos maridos de Ingrid y sus hijos, por un lado, y la madre y la hermana de ésta por el otro. Yolanda Pulecio y Astrid Betancourt hablaron con cuanto medio, mandatario e institución las escuchara, dentro y fuera de Colombia. La madre de Ingrid se entrevistó en la cárcel con guerrilleros presos. Frenó al presidente Uribe en su despacho cada vez que se disponía a enviar tropas a la selva, consciente de que otras incursiones militares ya se habían cobrado vidas de rehenes. Un día estaba en Italia con el alcalde de Roma, el día siguiente era abrazada por Hugo Chávez en Caracas y al otro cenaba con la plana mayor de los presidentes latinoamericanos, reunidos en Buenos Aires por la asunción de Cristina Fernández. Sus dos parejas y sus hijos tampoco se quedaron quietos. Sólo un ejemplo: el 25 de diciembre de 2007, coincidiendo con el 46 aniversario de Betancourt, Juan Carlos Lecompte sobrevoló la selva en avión y arrojó 22.000 folletos con fotos de sus hijos, mientras en Bogotá se manifestaban cientos de familiares de secuestrados.
Lecompte decidió imprimirlos cuando leyó la carta de Ingrid a su madre. En un párrafo cuenta que guarda la publicidad de un perfume que vio en una revista, porque se imagina que su hijo —al que lleva años sin ver ni en fotografía— debe de tener los ojos del mismo color que el modelo del anuncio.
Ah, pero nada como los recursos de la política internacional. La liberación de Ingrid Betancourt y Clara Rojas fue EL tema de 2007 y 2008 entre Colombia, Venezuela y Francia, secundados bien de cerca por Argentina, Brasil, España o Suiza. Ya había sido motivo de revuelo diplomático entre franceses y brasileños en julio de 2004, cuando el ex presidente Jacques Chirac envió a la selva un avión Hércules C-130 con 14 comandos a la zona. Una falsa noticia había anunciado la inminente liberación de Ingrid en la frontera con Brasil, y la aeronave aterrizó sin permiso en la ciudad brasileña de Manaos en espera del rescate. Al año siguiente, el gobierno colombiano también descubrió que los franceses habían enviado a un emisario para negociar directamente con las FARC la liberación de Ingrid, aunque según su madre ya lo sabían de antemano.
No en vano el sucesor de Chirac, Nicolas Sarkozy, incluyó la liberación de Ingrid Betancourt como una de las prioridades de su gobierno. Fue a pedido suyo que en junio de 2007 el gobierno colombiano excarceló a cien guerrilleros, entre ellos el canciller de las FARC Rodrigo Granda. El mismo, por cierto, que agentes colombianos atraparon en Venezuela a fines de 2004, provocando el peor incidente diplomático en tres lustros entre los países vecinos. Pero todo esto palidece comparado con el furor negociador que se adueñó de latinos y europeos durante 2007. En enero de 2008 no lograron liberar a Ingrid, pero sí a la abogada que compartía fórmula electoral con ella.
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La encargada de tratar el canje de rehenes, la senadora opositora colombiana Piedad Córdoba, convoca en agosto de 2007 al venezolano Hugo Chávez para que negocie con las FARC, que ve con buenos ojos al jefe bolivariano. Chávez y Uribe se ven antes de fin de mes, y el francés Nicolas Sarkozy les ofrece su apoyo. Hugo Chávez indulta a varios colombianos presos en Venezuela (acusados de atacar el palacio presidencial en 2004) como signo de buena voluntad.
Las buenas migas entre el gobierno venezolano y la guerrilla tampoco nacen de la nada. Un informe del madrileño El País publicado ese año afirma que por Venezuela transita casi un tercio de las 600 toneladas de cocaína que recorren el mundo anualmente. La droga colombiana sale del país vecino, hace escalas en el Caribe y África y termina en Europa.
Armas, zonas liberadas, campamentos con fincas de lujo para altos mandos, protección militar y documentos falsos serían algunas de las dádivas que las FARC obtienen de Venezuela, país que cinco años atrás expulsó a la todopoderosa DEA (Drug Enforcement Agency, la agencia antidrogas del gobierno estadounidense) de su territorio. Muchos —la Interpol entre ellos— apuntan a Chávez como cómplice de todo este proceso. Sin embargo, su intervención directa logrará en escaso tiempo romper años de estancamiento en la cuestión de los rehenes. No sin provocar virulentos choques con su par colombiano, salpicados de golpes bajos.
A mediados de octubre anuncian que Hugo Chávez y las FARC se verán. El 6 de noviembre Chávez afirma que habrá pruebas de vida de Ingrid Betancourt antes de fin de año. Ni la muerte de siete soldados a manos de las FARC dos semanas después frena a un Hugo Chávez embalado, que a los dos días se reúne en París con el presidente Sarkozy. Por aquellas fechas, un revés en las urnas y el celebérrimo “Por qué no te callas” que le espetó el rey Juan Carlos de España lo tienen bastante necesitado de mejorar su imagen pública.
Irritado con el protagonismo de su par venezolano, el presidente Álvaro Uribe decide suspender la mediación de Chávez con las FARC el 22 de noviembre, dos días después del encuentro con Sarkozy. El motivo: un supuesto contacto no autorizado entre Hugo Chávez y la cúpula del ejército colombiano. Chávez y Uribe se regalan insultos y acusaciones, y ambos países rompen relaciones diplomáticas. Para colmo, al día siguiente tropas colombianas atrapan a los guerrilleros que tenían en su país las pruebas de vida de Ingrid Betancourt y otros secuestrados. Además del vídeo donde se ve a Ingrid, Luis Eladio Pérez y otros rehenes, había un total de siete cartas, incluido un cambio de testamento firmado por el estadounidense Thomas Howes, también raptado.
Parecía un final abrupto, pero en diciembre las cosas se aceleran. Mientras Uribe apuesta por Nicolas Sarkozy y anuncia la esperada creación de una zona desmilitarizada, los familiares de Ingrid tan pronto se reúnen con Chávez como piden ayuda a Brasil y Argentina. Por su parte, el presidente francés graba sendos mensajes para la televisión de su país y para Radio France Internacional, precisamente una emisora que Ingrid Betancourt capta desde su cautiverio. Frente a las cámaras, Sarkozy se dirige —con subtítulos en español— directamente al jefe de las FARC. Le dice que sueña con ver a Ingrid libre por Navidad, y advierte que “en este momento, señor Marulanda, una mujer en peligro de muerte debe ser salvada”. También declara su admiración por el coraje y dignidad de Betancourt “en una situación en la que seres más débiles habrían perdido hasta su humanidad”, concluyendo: “Ingrid, nunca la abandonaremos”.
Coincidiendo con la asunción de Cristina Fernández de Kirchner como presidenta electa de Argentina, Buenos Aires se convierte en el epicentro de las gestiones. En la cena de gala está la madre de Ingrid, Yolanda Pulecio, secundada por Uribe, Chávez, Néstor Kirchner, el brasileño Lula y otros mandatarios. En su último discurso como presidente, el saliente Kirchner se compromete ante Pulecio a intervenir personalmente en la negociación por los rehenes: algo que, según el diario Página/12, aceptó tras un pedido de Sarkozy. Casi al mismo tiempo, Uribe se reúne en la embajada francesa de Buenos Aires con el premier francés François Fillon.
Una semana después, la página web de las FARC anuncia que, como desagravio a la figura de Chávez, liberarán a Clara Rojas, a su hijo Emmanuel y a la ex legisladora Consuelo González de Perdomo.
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El día después de la liberación de Clara y Consuelo, las FARC secuestran al ingeniero Alberto Ruiz Cabarca, que un mes más tarde se escapará de su cautiverio en Antioquia. A las dos semanas de su fuga, las mismas FARC anuncian que liberarán —gracias a Hugo Chávez, por supuesto— a cuatro rehenes más: los ex congresistas Luis Eladio Pérez, Orlando Beltrán, Gloria Polanco y Jorge Gechem. El día siguiente, 27 de febrero, cumplen lo prometido, y de nuevo los helicópteros de la Cruz Roja sobrevuelan la selva del Guaviare hasta Caracas. Será la última liberación unilateral, dice la guerrilla; aunque dos semanas después dejarán ir a cuatro de los seis turistas raptados seis semanas atrás en una playa del departamento de Chocó, cercano a Panamá.
Luis Eladio Pérez y compañía no traen buenas noticias de Ingrid Betancourt. La vieron muy enferma y decaída. Hay una avalancha de declaraciones, desmentidos y rumores: Ingrid padecería malaria, hepatitis B, leishmaniasis, paludismo o todo a la vez. Piedad Córdoba niega que esté tan grave (en junio algunos medios acusarán a Córdoba de impedir la liberación de Ingrid, aunque la madre de esta última saldrá a defender el trabajo de la senadora) y el mismo canciller francés opina lo mismo en abril, aunque desde Europa parte otra misión fallida que pretendía brindar asistencia médica a Betancourt. Los aviones no pasarán de la Guayana francesa. El 11 de junio, Yolanda Pulecio afirma que su hija Ingrid está mejor: camina, toma vitaminas y come, aunque la angustia le impide asimilar todos los alimentos.
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Mientras todo esto se hace público, el ejército colombiano planea un operativo secreto que devuelva la libertad a Ingrid Betancourt y a 14 secuestrados más, entre militares y policías. Cuentan con la ayuda inestimable de Estados Unidos, ya que entre los rehenes a liberar hay tres norteamericanos: Marc Gonsalves, Thomas Howes y Keith Stansell. Contratados por el Pentágono en 2003 (algunos los vinculan con la DEA y el FBI), sobrevolaban la región en un vuelo de reconocimiento buscando cultivos de coca cuando su avión se estrelló y cayeron en manos de las FARC. Los detalles de la llamada operación Jaque también han sido y serán repetidos hasta la saciedad por un buen tiempo, pero ahí va otro obligado resumen.
En pocas palabras, un infiltrado hizo llegar hasta César, el carcelero de los rehenes en la selva, un falso mensaje de sus superiores: los secuestrados iban a ser trasladados a otro campamento en helicóptero por una falsa misión humanitaria, procedente de uno de los países europeos “amigos” de las FARC. El supuesto correo del Mono Jojoy a César tenía el visto bueno de Alfonso Cano, el jefe de las FARC. La operación fue revisada durante todo el mes de junio en varias reuniones secretas con la televisión y la radio a todo nivel, para que los militares no fueran escuchados.
Además, para impedir que la guerrilla descubriera todo, se intensificó la actividad militar en la zona donde supuestamente estaba el Mono Jojoy. Los rehenes habían sido localizados cuatro meses antes.
El equipo de rescate lo compondrían trece oficiales de inteligencia militar: cuatro tripulantes del helicóptero, cinco falsos delegados de la misión humanitaria, un médico, un enfermero y un falso equipo periodístico compuesto de un periodista y un cámara. Tras ver los vídeos del rescate de Clara Rojas, decidieron incluir presencia femenina para dar más seguridad a los guerrilleros. Llevarían distintivos falsos en los chalecos (dos de ellos vestirían camisetas del Che Guevara), y debían lograr que César y los suyos dejaran subir a los rehenes al helicóptero (pintado de blanco y sin armas en su interior) en siete minutos. Nada de emociones delante de los secuestrados, a los que además pondrán esposas de plástico antes de subirlos.
Después de mucho ensayar, el primero de julio por la noche Álvaro Uribe autoriza que la misión arranque a las cinco de la mañana siguiente. Antes de salir, la misión lee el pasaje bíblico en que San Pedro es liberado de su cautiverio por un ángel. El 2 de julio el helicóptero se dirige hacia un claro a 70 kilómetros de San José del Guaviare, donde les espera la comitiva de César con los rehenes. Tardarán 22 interminables minutos en subirlos al helicóptero. Las imágenes los muestran ansiosos por hablar ante las cámaras y contrarios a ponerse las esposas, hasta que uno de los estadounidenses accede y los demás le siguen. Una vez están todos en el helicóptero, los guerrilleros César y Gafas son neutralizados, y una voz grita a los rehenes: “Somos el Ejército Nacional, ¡están en libertad!”.
Es el delirio. Hacia las siete de la tarde, un avión de la fuerza aérea con los recién liberados aterriza en el aeropuerto Catam de Bogotá, atestado de periodistas y de familiares de los rehenes. Allí están Juan Carlos Lecompte y Yolanda Pulecio frente a la escalinata del avión, que finalmente se abraza con su hija. Vestida con botas, gorra, camiseta y chaleco militar, con un rosario tallado a mano en una muñeca, una Ingrid mucho más entera que en el último vídeo saluda y se abraza a todos, y habla por un móvil mientras explican la operación el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, y el general Freddy Padilla.
Varios de los liberados llevaban diez años cautivos. El primero en hablar brevemente es el teniente Juan Carlos Bermejo. Le seguirán el subteniente Raimundo Malagón; el cabo primero Armando Flores; el sargento segundo José Ricardo Marulanda, que exclama “¡Gracias Colombia, bienvenido a la libertad!”; el sargento segundo Erasmo Romero; el cabo primero William Pérez; el cabo primero José Miguel Arteaga, con un zorrillo como mascota al hombro; el cabo primero de la policía Julio Buitrago, para quien la liberación es “como volver a nacer”; el subintendente Armando Castellanos; el subintendente Vianey Rodríguez; y el cabo primero John Jairo Durán.
“Bueno, vamos a ver si me sale la voz primero, porque estoy muy emocionada”: son las primeras palabras de la nueva Ingrid al mundo, que hablará largamente en castellano y en francés. “Acompáñenme primero para pedir gracias a Dios y a la Virgen”, exclama Ingrid mientras consuela a su madre (“No, mamita, no más llanto”) antes de agradecer a todos, especialmente al ejército colombiano, por “su impecable operación”, que califica de perfecta. Después de relatar su mañana, agradece especialmente a Colombia y a Francia y recuerda que “tenemos que sacar a los que quedaron” antes de arrodillarse y rezar una oración. Siempre creyó que el rescate era posible, y declara sentirse “como si volviera de un viaje al pasado”.
También confiesa que se sintió culpable por el sufrimiento de su familia después de que decidiera viajar a San José del Guaviare aquel 23 de febrero de 2002, aunque “hoy siento que era mi destino”. Se alinea con la gestión de Álvaro Uribe, recordando al venezolano Chávez y al ecuatoriano Correa que los colombianos eligieron democráticamente a Uribe y no a las FARC. Agradece muy especialmente a los medios de comunicación, sobre todo a la radio: cuando menciona el programa Las Voces del Secuestro, del allí presente Herbin Hoyos, se interrumpe para darle un abrazo. En un momento de la rueda de prensa al aire libre también aparece Clara Rojas para saludarla. A última hora de aquel día inolvidable llega el encuentro de los rehenes con el propio Uribe. Sobre sus captores, Ingrid dice: “Le pido a Dios que los bendiga, que los guarde, que los perdone. Todos hemos perdonado todo”. Por su parte Gonsalves, Howes y Stansell parten de inmediato hacia Texas.
A las ocho de la mañana del 3 de julio, con sólo dos horas de sueño, Ingrid (Nini para su marido) está de nuevo en Catam, ya sin las ropas militares. Ahora es ella quien espera ansiosa la llegada de sus hijos y su hermana desde París, que el día anterior celebraron la noticia junto al presidente Sarkozy y ahora viajan acompañadas por su padre y por el ministro de Exteriores galo Bernard Kouchner. La noche anterior, Ingrid se emocionó cuando Juan Carlos Lecompte le mostró las fotos actuales de Lorenzo y Melanie, a los que llevaba seis años sin ver. Finalmente madre e hijos se abrazan en la puerta del avión; luego entra Ingrid y pronto salen todos juntos. Melanie lleva un cinturón que su mamá le tejió en el cautiverio. Para Ingrid, es “el momento más feliz de toda mi vida. (…) El paraíso… Eso es algo parecido a lo que estoy sintiendo en este momento. Le doy gracias a Dios por este momento tan bello”. Le faltan manos para acariciar una y otra vez a sus hijos, de quienes dice: “Son mi orgullo, mi razón de vivir, mi luz, mi luna, mis estrellas… Por ellos seguí con ganas de salir de esa selva, de volverlos a ver”.
La familia reunida se dirige a la capilla de Cristo Rey, donde se encuentra el osario con los restos del padre de Ingrid, fallecido durante su cautiverio. Almuerzan en la casa del embajador francés en Colombia, dan otra rueda de prensa, se encuentran de nuevo con Clara Rojas y el pequeño Emmanuel, y a las nueve de la noche se suben de nuevo al avión que llevará de nuevo a Ingrid y a los suyos a su adorada Francia.
Mientras se desata la euforia en Colombia, Ingrid va desgranando no pocos detalles de su calvario, que según ella le hizo dejar atrás defectos como “el orgullo, la soberbia, la terquedad”. La que el fallecido número dos de las FARC Raúl Reyes definió como un temperamento volcánico que provocaba a sus guerrilleros ha regresado mucho más serena. Su liberación le parece un sueño, ya que se había convencido de que pasaría varios años más cautiva.
Nunca había leído la Biblia antes de su secuestro, y ahora habla de la Virgen María como su “faro”. En los peores momentos sólo se sintió acompañada por ella, y descubrir la fe en Cristo le permitió superar el odio inmenso que sentía hacia sus carceleros. De hecho, en una entrevista con la revista Gente Ingrid admite que, de los más de 200 guerrilleros hombres que la trataron durante su cautiverio, sólo hubo dos que se arriesgaron para acercarle alimentos o medicinas cuando más los necesitaba. Los secuestrados políticos como ella eran tratados peor que el resto. Envuelta del silencio que provoca el hastío, tampoco tenía con qué distraer su curiosidad intelectual: sólo le dieron el diccionario que tanto pidió dos semanas atrás de la operación Jaque. Intentó fugarse como mínimo cinco veces. En ocasiones sintió deseos de matar, y reconoce que en cautiverio “la tentación del suicidio es permanente”.
Su día empezaba a las cuatro de la mañana con el rezo del rosario y las noticias de la radio: La Carrilera a las cinco, Las Voces del Secuestro los fines de semana, Noches de Libertad y Alas de Libertad todas las tardes. A las cinco de la mañana les quitaban la cadena a los cautivos, venía la “servida del tinto” y les traían las botas. En seguida había que hacer cola para “chontear”, que en argot guerrillero significa usar un agujero inmundo como baño común. Otra fila para desayunar: una arepa, algo de chocolate, un caldo. A las once y media, baño por turnos de diez minutos en el río: ella tardaba 25, y a menudo la sacaban a gritos. Vestirse con cuidado de que no caiga la toalla ni les pique un hallanave (una hormiga de gran tamaño) o un escorpión. Almuerzo rápido, lavarse los dientes, limpiar las botas y preparar la hamaca antes del ocaso. Botas a un costado, y de nuevo les colocan las cadenas: “Le toca a uno orinar al frente de los guardias. Se imaginarán lo que era para mí orinar al frente de los guardias por la noche, que le ponen a una la linterna”. Y si escuchan un helicóptero, salir corriendo con el equipo a cuestas.
Ingrid admite que quiso morir durante la segunda mitad de 2007, y quien la salvó fue el cabo primero William Pérez. Se ulceró y deshidrató cuando dejó de comer por la depresión, además de las heridas producidas por llevar una cadena al cuello las 24 horas. Un día que a Pérez le sacaron las suyas se acercó a Ingrid, y la vio tan mal que empezó a hablarle de su familia. La alimentó a cucharadas, le hizo masajes para descontracturarle la espalda y le dio un remedio para la úlcera (Pérez había trabajado ocho meses en el Hospital Militar). Cuando Ingrid fue filmada en la selva ya estaba mejor, gracias a una docena de bolsas de suero.
El mundo entero pudo ver en directo la llegada del Airbus al aeropuerto militar de Villacoublay, en las afueras de París. Le dan la bienvenida Nicolas Sarkozy y su esposa Carla Bruni. Entre lágrimas, Ingrid confiesa que “Sueño desde hace siete años con este momento”, y exclama: “Le debo la vida a Francia. Si Francia no hubiera luchado por mí no estaría haciendo este viaje extraordinario”. En la capital la reciben los voluntarios de los comités que organizaron las innúmeras campañas por su liberación. Y para Ingrid, Lorenzo, Melanie, Astrid y Fabrice Delloye, París vuelve a ser una fiesta.
(…)
Recién llegada a París, la versión oficial sobre el operativo de rescate empieza a ser replicada por los medios de comunicación, mientras van conociéndose más detalles. La suiza Radio Suisse Romanda (RSS) afirma que Colombia, Estados Unidos y París pagaron a César 20 millones de dólares: habría sido contactado a través de su novia, capturada cuatro meses antes. Cuatro gobiernos desmienten la información, y la propia Ingrid no cree que todo se tratara de un montaje. El día de su reaparición, también mencionó que el operativo le había recordado la eficacia de los servicios secretos de Israel: dos días después, el diario israelí Haaretz publica que una empresa privada de ese país colaboró instruyendo a los colombianos en tareas de inteligencia.
Quien sí admite en seguida que conocía la operación y contribuyó para su éxito es Estados Unidos. El presidente George Bush no sólo felicitó por teléfono a Uribe: el día del rescate de los quince, estaba en Colombia nada menos que John McCain, el sucesor de Bush elegido para enfrentar al demócrata Barack Obama en las elecciones de noviembre.
Por su parte, el ministro colombiano de Defensa, Juan Manuel Santos, anunció que en un ordenador que estaba en poder del alto mando de las FARC, Raúl Reyes (fallecido ese año durante una emboscada del Ejército, como veremos más adelante), constaba que el suizo Jean-Luc Gontard, negociador internacional por la libertad de los rehenes de la guerrilla, consta como el portador de 500.000 dólares que fueron incautados a las FARC en Costa Rica. No todo serán flores para el gabinete de Uribe: la Cruz Roja Internacional expresará su molestia porque el Ejército utilizó el logotipo de este organismo durante la operación Jaque para engañar a la guerrilla.
Pero decíamos que Ingrid Betancourt no paró durante sus primeros quince días en Francia. Ya durante la recepción en el Eliseo, impulsó el proceso de paz pidiéndole a Sarkozy que concediera “becas para la esperanza” a todos los secuestrados para que estudiasen en Francia. “Ya no creo sino en la paz, en nada más”, afirmará Ingrid por esos días, y no cesará de conceder entrevistas exigiendo la libertad para todos los rehenes e instando a la guerrilla a deponer las armas y negociar. Incluso le pedirá al presidente Uribe y a todos los colombianos que bajen el tono “radical y extremista de odio” para referirse a las FARC. Declinará la invitación a asistir a un foro en Florencia, y convocará a una nueva marcha por la libertad de los secuestrados, inicialmente en 14 ciudades colombianas y 35 extranjeras, organizada por Colombia Soy Yo (CSY), la Fundación País Libre, Redepaz y el grupo de la red social en internet Facebook llamado Un Millón de Voces contra las FARC, del cual hablaremos en seguida.
El 20 de julio, día de la independencia colombiana, Ingrid encabezó la manifestación parisina de la plaza de Trocadero, que contó con la presencia de los cantantes Juanes (que invitó a los hijos de Ingrid a hacerle coros en una canción) y Miguel Bosé. Más de un millar de municipios colombianos marcharon para exigir la liberación de los rehenes junto a 100.000 músicos. Sólo en Medellín se contaron 800.000 asistentes, mientras un torrente de hombres y mujeres vestidos de blanco inundaba las calles de Bogotá. Y no sólo ahí: se sumaron a la protesta 165 urbes de toda América de norte a sur, así como las principales capitales de toda Europa, Asia y Oceanía. Todos exigiendo la libertad de los secuestrados y el final de las FARC. Resultado: otro hito en la historia de las manifestaciones en Colombia y en el mundo.
¿Qué más? Ingrid declara que escribirá una obra teatral basada en su cautiverio, mientras otros planean llevar su historia a la gran pantalla. En menos de una semana, Simón Brand (director de vídeos musicales para Shakira y Juanes) se encuentra en Los Ángeles, ultimando una coproducción entre el canal colombiano de televisión RCN y productoras de Hollywood para filmar una película sobre el secuestro. Por su parte, el director norteamericano Oliver Stone tarda aún menos en comprar los derechos de la historia a los liberados Marc Gonsalves, Thomas Howes y Keith Stansell. Ingrid declara su intención de visitar al Papa en Roma, y se entrevista en París con el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero. Cuando Francia le concede la Legión de Honor el 14 de julio, aprovecha para pedir por todos los cautivos restantes, a los que cree que probablemente tratarán peor que como la trataron a ella. Los estudios médicos la encuentran con buena salud, aunque justo antes de partir hacia el santuario de la Virgen de Lourdes declara que dará un freno a su actividad pública porque se encuentra agotada. De momento, dice, pasará un tiempo más en Francia para evitar represalias y dormir abrazada a sus hijos.